domingo, 24 de febrero de 2013

COLUMNA FEBRERO 24




El humilde autoritario


Autonomía relativa - Juan Ignacio Zavala



Pareciera un enviado de Dios en la tierra para implementar la justicia divina en este valle de lágrimas. Javier Sicilia se abre paso por encima de todos, chaleco puesto, sombrero a tono y el látigo de fuego de su condena a cualquiera que no piense como él. Es Javier Sicilia, cuyo dolor y palabra conmovió al país por el brutal secuestro y asesinato de su hijo, el que se aparece —tan católicas las apariciones— por doquier con poesía en la boca y censura en la mirada. Es el pasaje de Jesús que expulsa a los mercaderes del templo. Es él contra la injusticia terrenal, contra el Estado que es, según su teoría política, culpable de todo mal que aqueja a este gigantesco Huerto de los Olivos.
No hay víctima por encima de él. Encarna a la víctima con plenitud, por eso puede clasificar entre víctimas buenas y malas. Para Sicilia hay quienes no debieran tener opinión aunque sean compañeros del mismo dolor. Nadie puede aportar más, porque él ya hizo el trabajo, así “que dejen de fastidiar”. Él es la víctima legítima, la que es pura pues jamás ha sido manchado por la perversión de la iniciativa privada ni la farsa de los gobiernos democráticamente constituidos. Ni dinero ni política.

 El usa la poesía contra el poder, el valor del verbo que subvierte con el halo del poeta; es el hombre con coherencia y consistencia incuestionable. Nada pueden en su contra los pecadores que ignoran el misticismo o el fuego espiritual de un verso. En lo que llega un reino que no es de este mundo ya implantó aquí su parroquia, que cuenta con órganos de difusión oficiales, seguidores y, por supuesto, un altar desde el que se hace imposible disentir. No estar de acuerdo con Sicilia no solamente es políticamente incorrecto sino moralmente cuestionable. Por eso los periodistas lo siguen y le publican todo. Si dice “la chingada” les parece justo y poético. Los políticos le temen. Hacen cualquier cosa por aparecer en una foto con él: de hecho, le promulgaron una ley que es inoperante pero que daba una espléndida imagen. Ya la ley se arreglará, que lo importante no era su contenido sino la foto con la versión progre del Santo Oficio.
En su novela A quién corresponda (ed. Anagrama), Martín Caparrós desarrolla el manejo de las víctimas en la sociedad argentina de los 70. La forma “de legitimar tus reclamos es conseguirte algún muerto que te avale. Parece que si no tenés algún muerto no podés salir a la calles. Desde las chicas del interior asesinadas por los nenes de papá hasta los chorros que baja la cana, pasando por los piqueteros muertos, los periodistas incinerados, los nenes de papá secuestrados, todos, todos. El muerto es la gran cocarda (listón de premio) actual: la etiqueta de lealtad comercial, el sello habilitante”.
Para allá nos lleva Sicilia en cuya mirada evangelizadora somos inferiores moralmente porque, de cualquier forma que le hagamos, nuestra palabra vale menos comparada con la suya, prendada de dolor. Por eso nos quiere imponer su ley y su palabra. Mangonea candidatos a la Presidencia, aniquila legisladores, expide cartas de legitimidad a periodistas. Él es el hombre con su túnica que camina por las aguas, otorga besos y reparte azotes. Javier Sicilia es Juan Bautista que predica en el desierto y Jesucristo Superestrella que aparece en todos los medios con versos de amor y frases iracundas. Es un humilde y amoroso autoritario.

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