sábado, 9 de marzo de 2013

COLUMNA

Crítica al Oscar 2013

El pozo de los deseos reprimidos - Álvaro Cueva


Todavía no paro de reír, de viborear, de suspirar, de asombrarme, de enojarme y de pelearme por lo que sucedió la tarde y la noche del domingo pasado.

Esto es el Oscar, no la aberración ideológica de la que miles de personas se han estado quejando en las redes sociales, no la exquisitez intelectual que muchos acomplejados juran y perjuran que hubieran preferido.

El Oscar es el evento más grande de la parte más poderosa del mundo del espectáculo, pero es, ante todo, un show, un megashow: ropa, belleza, chismes, talento, chistes, perreo.
Para gozar esta fiesta hay que ser frívolo, hay que emocionarse con los vestidos de las estrellas, con su figura y especular si llegaron sobrias, borrachas o drogadas.

Hay que comparar la fiesta con los Premios TVyNovelas, a Michelle Obama con Angélica Rivera, y competir para ver quién se avienta la puntada más divertida, la más hiriente, la mejor.
Y si no me cree, luche con todas su fuerzas por ver hoy a las 20:00, por el canal E!, el Fashion Police.

¿Usted cree que a Joan Rivers le van a interesar las implicaciones políticas del triunfo de Argo?
¿Usted piensa que ella, sus colaboradores y su público se van a poner a platicar de los paradigmas ontológicos derivados de la trascendencia gnoseológica de la obra de Ang Lee? ¡Por supuesto que no!

Se van a burlar de Adele, de la jeta de Sandra Bullock y le van a celebrar sus chistes al oso Ted, y quienes la veamos, vamos a ser muy felices con esto.
Yo soy muy mañoso, me encanta provocar al público en las redes durante la transmisión de esta clase de eventos y siempre es lo mismo:

En lugar de disfrutarlos, nos azotamos y les buscamos lo malo, lo clasista, lo racista, lo malinchista, lo intelectualoide. Lo peor de nosotros siempre sale cuando opinamos en esta clase de acontecimientos.

¿Me creería si le dijera que en internet hay gente que pretende defender con ratings el desenlace de una telenovela como Corona de lágrimas frente a todo lo que es y representa el Oscar?

¿Me creería si le dijera que hay personas que se escudan en su supuesta pobreza para hacerse las mártires y quejarse de las coberturas de la televisión abierta?

La verdad es que lo que usted, miles de personas y yo vimos el domingo 24 de febrero fue una de las mejores ceremonias del Oscar de todos los tiempos, y no nada más hablo de lo que pasó en ese teatro, hablo de la parte mediática.

Quien quiso la vio en red nacional a través de la señal abierta de Azteca 7, quien no en el canal de paga TNT, más sus versiones en HD.
Y para alfombras rojas tuvimos desde la excelencia indiscutible de E! (que trabajó en eso desde las 12:30) hasta CNN, pasando, por supuesto, por la transmisión oficial, Azteca 7 y TNT, y sin considerar los especiales previos como el de Farándula 40 de Proyecto 40.

Y si a usted no le gustaba en español, la podía ver en inglés picándole a una tecla en su control remoto, y si no hasta la podía disfrutar de mil maneras y en mil idiomas en la red.
Alex Montiel, de La lata, por ejemplo, se la pasó trabajando en vivo en un ejercicio maravilloso de irreverencia y buen humor titulado El lado B del Oscar.

¿Y qué me dice del chat con Martha Debayle y Juan Carlos R. Pons de quien.com o de lo que hicieron ¡hey! de milenio.com y la revista Cine Premiere en su versión online?
Antes no teníamos esto, antes no podíamos elegir. Lo demás son gustos personales.

¿Por qué el público en Twitter se quejó, por ejemplo, de la improvisación de la Terraza Azteca de Azteca 7 y no de la misma improvisación, hasta peor, en las transmisiones de La lata?
Ya, en el colmo del estarle buscando defectos a los reporteros, hubo personas que se acercaron a mí pidiéndome que despedazara a ciertos elementos… ¡Por estar viendo su monitor!
¡Cuando ver el monitor es precisamente una señal de profesionalismo, de querer hacerlo bien! ¡Cómo!
Usted, mejor que nadie, sabe qué le gustó y qué no le gustó del Oscar, todo se vale, ¿pero cuáles fueron las notas?

El desconcertante giro inicial que tuvo esta ceremonia gracias a la influencia del creador de Padre de familia, el manejo de los musicales, la conjunción de voces y lo que se puede llegar a hacer cuando el espectáculo es una prioridad nacional.

Mientras que nosotros suponemos que divertirnos es algo tonto, una pérdida de tiempo y nos burlamos de todo lo que tiene que ver con el mundo del espectáculo, los estadunidenses lo consideran algo importante, lo respetan, lo apoyan y se sienten orgullosos de él.
Lo más irónico es que nosotros, a diferencia de ellos, tenemos a una actriz de primera dama y ni así nos queremos convencer de que esto es fundamental.

En fin, sigamos rasgándonos las vestiduras fingiendo ser intelectuales ofendidos con el Oscar. Yo, mientras tanto, seguiré riendo, viboreando y asombrándome. Vale más la pena. ¿A poco no?

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